No ha habido muchas ocasiones compartidas con Nerea, y todas ellas lo han sido en compañía de su familia, si bien hemos seguido de cerca sus pasos por boca de su padre, quien siempre y en todo momento tiene presentes a sus queridas hijas, y aún le queda cariño para interesarse por los hijos de sus amigos. De aquellas primeras ocasiones dan cuenta las fotografías que guardamos en las que las dos hermanas, todavía niñas, nadan junto a nuestros hijos.
Las últimas, dicen mucho de Nerea y de su familia. La más reciente tuvo lugar el pasado junio, con motivo del cumpleaños de Periko. Alcanzaba los 70, y su familia estaba volcada para que aquel fuera un aniversario muy especial. Varios meses antes, Elena se había puesto en contacto con el afortunado grupo de amigos que su casa podía acoger, para que despejáramos de compromisos nuestras agendas. Deseaban que no faltara ninguna de las personas más próximas, y darle una sorpresa. Y así fue. Con la excusa de que necesitaba su ayuda, y segura de que tampoco en esta ocasión se la negaría, Ainhoa había sacado a su padre de casa temprano, mientras Elena y Nerea ultimaban ilusionadas los preparativos y recibían a los invitados. No faltamos ninguno, y todos rompimos a aplaudir cuando Periko asomó por la puerta, tan sorprendido como emocionado, y fue abrazado por sus tres chicas. Esa fue la penúltima vez que vimos llorar a Periko, en este caso de felicidad contagiosa y envidiable, pues para él nada hay más importante que su familia, a la que se entrega por completo cada uno de sus días, y el calor de sus numerosos amigos.
Otro de los encuentros significativos que disfrutamos con Nerea se produjo en Portugalete, con ocasión del apoyo que prestaba a la “gira” que Mamadou Dia, un joven senegalés llegado a nuestras costas en cayuco, estaba haciendo por Euskadi con el fin de sensibilizar a la población acerca del fenómeno migratorio y contribuir al desarrollo de su lugar de origen mediante la ong Hahatay Son risas de Gandiol, con la que Nerea colaboraba. Entonces, pudimos observar de nuevo a la Nerea sonriente junto a un padre orgulloso, que le acompañaba en esa, como en tantas otras iniciativas. En efecto, era en la ayuda a los demás, en este caso concretada en la cooperación internacional, que le había llevado primero a Haití y más tarde a Senegal, donde Nerea encontraba sentido a su quehacer diario. Un compromiso ampliado a la esfera profesional como arquitecta, para lo cual continuaba preparándose concienzudamente sobre el terreno cuando le sobrevino el fatal accidente en compañía de una persona de la localidad. Desde Senegal, donde sembró alegría y entre cuyas gentes se sentía feliz, no dejan de llegar muestras de cariño que reconfortan a su familia.
“Era una buenaza”, repetía a modo de letanía Periko, sin poder reprimir el llanto cada vez que alguien le hablaba de ella durante el calvario que ha supuesto la espera de la repatriación del cadáver. ¡Quién sabe si el orgullo que siente al comprobar que su hija permanecerá en la memoria de tanta gente, y saber que ha caminado por la vida con alegría, generosidad y rectitud no sea un alivio para su profundo dolor! En efecto, Nerea, no podía negar que era hija de Elena y de Periko, y no solo por el parecido físico, sino también por su comportamiento, fraguado en los valores vividos en el seno familiar.
También Nerea tuvo no pocas ocasiones de sentirse orgullosa de ser parte de la familia Pérez-Arróspide – Navallas, como aquella que compartimos cuando le fuera concedido a su padre uno de los galardones Utopía con los que la Diputación Foral de Bizkaia reconoce una larga trayectoria de compromiso social como en el caso de Periko, antes desde la administración pública y siempre desde las organizaciones no lucrativas de acción social. Espacios ambos desde los que ha dado sobradas muestras de capacidad, dedicación, generosidad y honestidad, y atesorado centenares de amigos que hoy le acompañamos junto a Elena y Ainhoa.
Miguel Ángel Ortiz de Anda y Roberto Flores, en nombre de sus compañeras y compañeros de Fundación EDEX.
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