Cuando se piensa en personas emprendedoras, a menudo se tiende a imaginar a jóvenes ideando respuestas innovadoras que mejoren determinados aspectos de la realidad.
En el caso del emprendizaje social, el imaginario colectivo también tiende a identificar con la juventud las propuestas de cambio.
Es evidente que la condición juvenil es, en principio, y si se dan las circunstancias adecuadas, una edad especialmente fértil para idear iniciativas de mejora social. Pero, en la práctica, ni es cierto que solo emprendan las personas jóvenes, ni lo es que las personas jóvenes sean naturalmente emprendedoras.
Iniciativas de emprendizaje social pueden realizarse y de hecho se realizan a cualquier edad. Cambiarán los temas de interés, los estilos de trabajo, los propósitos de los proyectos, … pero el compromiso organizado para mejorar la realidad no tiene edad.
Por otra parte, el “juvenilismo” que padece nuestra sociedad tienen a invisibilizar buena parte de los esfuerzos que realizan personas de otras edades. Cuando solo “lo joven” acapara la atención social, todo lo demás parece quedar oculto.
Sin embargo, la realidad social está plagada de iniciativas solidarias protagonizadas por personas de cualquier edad. Basta repasar, a modo de ejemplo, la nómina de emprendedores de Ashoka, para encontrar personas de las edades más diversas comprometidas con el cambio social.
De todo esto es de lo que queremos hablar en el encuentro “Emprendizaje social a lo largo de toda la vida” que hemos organizado para el próximo 27 de diciembre en Sestao.
Un encuentro cuyo subtñitutlo (“Participación ciudadana en la vida pública”) pretende, de hecho, inscribirse en esta lógica inclusiva.
La reflexión propuesta por Enrique Gil Calvo sobre envejecimiento y capital social, e iniciativas tan diversas como las cuatro que componen la mesa de experiencias (ver programa), son una muestra de cuanto puede realizarse a una edad en la que queda tanto por hacer.
Una edad a la que, definitivamente, nuestra sociedad tiene que dejar de dar la espalda.